La amistad hace de la incertidumbre un espacio reconfortante. Conocí a Yelena en la biblioteca de estación palabra de Nuevo Laredo. Me es difícil recordar específicamente el contenido de nuestras primeras pláticas, pero recuerdo conservar el mismo sentimiento de sorpresa hacia su existencia. ¿cómo carajo le ha hecho para leerse a todos los latinoamericanos, a la mayoría de los hispanoamericanos? Novo, Pessoa; a quien ama, Elizondo, obvio Rulfo, García Márquez es un señor con dinero que lo perdió todo y lo recuperó cuando volvió a escribir. García Márquez es el nombre de estación palabra. En el lobby hay un retrato suyo y aparecen las vías del tren, o algo similar. Galeano, Villoro, a quien le digo que le escriba para que le confirme que no debería haber problema por montar uno de sus monólogos en una ciudad al borde de toda ley. José Emilio Pacheco, José Revueltas, Carlos Monsiváis, a quien también quiere mucho. Sor Juana es adorable y le quitan toda su magia cuando la vuelven un estandarte del feminismo actual. Seguro la hacemos revolcarse sobre su tumba. Le recordamos vestida de monja, cuando se congregó para perpetuar su vida en la lectoescritura, que eran su verdadera voluntad y placer. Escribir no es hacer caridad. Es necesario ser indiferente a las irregularidades de la existencia para terminar un texto. Una mujer hermosa con total dominio de su voluntad que recordamos uniformada. Es posible hacer un retrato de tu aura de acuerdo a los libros que compras en un evento como la FIL. Cero novela este año, el trabajo no me da para retener lo que leí el día anterior o concentrarme más de media hora sin quedarme dormida. Le comprendo, actualmente voy a la mitad de 2666, pero me pregunto cuánto durará este lujo de leer con calma y bajo el sol. Yelena compró un libro ilustrado sobre brujas de un ilustrador famoso como Burton que me sorprendió que no fuera mujer. Un par de libros sobre plantas, con matices literarios, de uso fármaco y peculiaridades biológicas. Ponencias sobre filosofía y medio ambiente, conjunción de la que me declaro escéptico, pues tal dupla supone la existencia del aparato de Estado. Stickers de recuerdo y para familiares, y no me es posible recordar qué otros libros. También estoy acostumbrado, los rastros del agotamiento me barren la memoria y lo único que puedo hacer es mover los hombros como gesto de indiferencia. Comemos cheeseburgers with bacon y estamos cansados porque ha sido un día cansado. Caminamos todo lo que pudimos caminar. Sin ninguna razón, con gusto, pienso en Bukowski. Le digo a Yelena que debería leerlo, darle una oportunidad. La hamburguesa está muy rica pero dice que guácala. Le entiendo. Ambos tomamos una pauta, como quien se da el tiempo de calar el cigarro y sacar el humo con calma, simultáneamente exhalamos; el problema no es Bukowski, el problema son sus fans. Aunque me formó en un inicio a la par de Ibarguengoitia, Charles no está entre mi top 10 de autores favoritos, encuentro en sus cuentos una lucidez agónica marcada por la precarización. Un cínico proletario que mantiene su encanto en la animalidad de un gorila, lo que para nada es perder méritos, por el contrario. El día anterior, es decir, el ayer de donde ocurre este texto, presenciamos El Gorila en teatro Galerías, de Franz Kafka. Nunca había ido a un teatro en el que dejaran entrar al público pasada la tercera llamada. Se escuchaban las bolsas de frituras a la par del monólogo. El actor en su animalidad escénica les escupe agua y les avienta cacahuates. Afecto agresivo. Lo mismo Bukowski, un hombre que enjaulado en un estrato social utiliza las palabras y el alcohol para nublar el tedio. Cuando estos dan resultado y le abren las puertas a la tan aspirada estabilidad, se da cuenta de que no hay diferencia. La jaula sólo es más amplia y el bistec con papas están asegurados. La angustia es la misma. El vino de su preferencia es el mismo. No hay nada que ver aquí. Barrotes y sonrisas. Mirar al abismo desde el arte no es más que un mero entretenimiento. Es necesario habitar una larga temporada de fracasos y explotación para no tergiversar a Bukowski, o en su defecto formarse un sustancioso itinerario. Es el lector quien enarbola los contenidos poéticos en los relatos de Bukowski, lo demás, lo que él edifica es la puesta en escena. Toma tu mano y te abandona, ahí está su gracia. He pensado en traducir ese cuento en el que un hombre va juntando vagabundos por todo LA y cuando tiene un ejército arrasan con un centro comercial para poder difundirlo sin tener problemas con los derechos de la obra. O al menos reducir el delito. Terminamos las hamburguesas y damos una última parada en moto por los lugares atractivos de la ciudad, pero no demasiado porque ya estamos cansados y todavía falta revisar las compras.