“No olvidemos que cuando Britney sonríe, también está trabajando.”
Video de: Leer es sexy.
Garage de textos
“No olvidemos que cuando Britney sonríe, también está trabajando.”
Video de: Leer es sexy.
Nota del usurpador: Fragmento de “Llamamiento y otros fogonazos”, escrito por Tiqqun, aka El comité invisible. Primer capítulo, p 9-22. Fak Apa.
A los niños perdidos (1)
En el gran cuerpo social del Imperio, en el gran cuerpo social del Imperio que tiene la consistencia y la inercia de una medusa varada, en el gran cuerpo social del Imperio que es como una enorme medusa varada con toda su redondez sobre toda la redondez de la Tierra, se han plantado electrodos, centenares, miles de electrodos, un número increíble de electrodos.
De tipos tan diversos que incluso ya los hay que ni parecen electrodos. Esta el electrodo Tele, por supuesto, pero también el electrodo Dinero, el electrodo Farmacéutica y el electrodo Jovencita(2) Por medio de estos miles, estos millones de electrodos, de naturaleza tan diversa que he renunciado a contarlos, se mantiene el encefalograma plano de la metrópolis imperial. Por estos canales, imperceptibles para la mayoría, se emiten sin pausa las informaciones, los cambios de ánimo, los afectos y contra-afectos susceptibles de prolongar el sueño universal. Y notad que paso por alto todos los dispositivos de captura agregados a estos electrodos, sobre todo periodistas, sociólogos, policías, intelectuales, profesores y demás agentes de un incomprensible voluntariado al que se le ha delegado la tarea de orientar la actividad de los electrodos. Es conveniente mantener un cierto nivel de angustia con el fin de preservar la disponibilidad general a la regresión, el gusto por la dependencia. No por casualidad se difunde en el momento oportuno tal o cual sentimiento de terror, de conformismo o de amenaza.
Nadie debe librarse de esta posición infantil de pasividad hastiada o pendenciera, de saciedad entumecida o de reivindicación quejosa que produce el malvado murmullo de la incubadora imperial. Se dice “el tiempo de los héroes ha pasado”, con la esperanza de enterrar junto a él toda forma de heroísmo. El sueño de la época no es el buen sueño que procura el descanso, sino más bien un sueño angustiado que os deja más exhaustos todavía, deseosos solamente de volver a él para alejaros un poco más de la irritante realidad. Es la anestesia que requiere una anestesia aún más profunda.
Aquellos que por suerte o por desgracia se sustraen al sueño prescrito, nacen a este mundo como niños perdidos.
¿Dónde están las palabras, dónde la casa, dónde mis antepasados, dónde están mis amores, dónde mis amigos?
No existen, mi niño. Todo está por construir. Debes construir la lengua que habitarás y debes encontrar los antepasados que te hagan más libre. Debes construir la casa donde ya no vivirás solo. Y debes construir la nueva educación sentimental mediante la que amarás de nuevo. Y todo esto lo edificarás sobre la hostilidad general, porque los que se han despertado son la pesadilla de aquellos que todavía duermen.
La superación viene siempre de otro lugar
Aquí prevalece la regla de no-actuar, que se expresa así: la fecundidad de la acción verdadera reside en el interior de ella misma; podría decirlo de otro modo, podría decir: la acción verdadera no es un proyecto que uno realiza, sino un proceso al cual uno se abandona. Quien actúa, actúa hoy como niño perdido. La errancia gobierna este abandono. Vagamos. Vagamos entre las ruinas de la civilización; y precisamente porque se encuentra en ruinas, no nos será dada la posibilidad de enfrentarla. Es una guerra bien curiosa esta en la que nos hallamos comprometidos. Una guerra que requiere que se creen mundos y lenguajes, que se abran y ofrezcan lugares, que se constituyan hogares, en medio del desastre. Existe esa vieja noción, bolchevique y, ciertamente, un poco frígida: la construcción del Partido. Creo que nuestra guerra es la de construir el Partido o, más bien, la de dar un contenido nuevo a esa ficción despoblada.
Una sociedad que ha agotado el conjunto de sus posibilidades
vitales tiene buenas razones para juzgar como “terrorista” todo
aquello que se experimente más allá de ella.
Charlamos, nos besamos, preparamos una película, una fiesta, una revuelta, encontramos un amigo, compartimos una comida, una cama, nos amamos, en otras palabras: construimos el Partido.
Las ficciones son cosas serias. Necesitamos ficciones para creer en la realidad de lo que vivimos. El Partido es la ficción central, la que recapitula la guerra en curso. En los últimos siglos del Imperio Romano todo estaba desgastado por igual. Los cuerpos estaban fatigados, los dioses moribundos y la presencia en crisis. Desde las cuatro esquinas de un mundo en exilio, resonaba el mismo ruego: que se termine con esto. El fin de una civilización espoleaba la búsqueda de otro comienzo. Vagar apaciguaba el sentimiento de ser extranjero en todas partes.
Era necesario librarse del comercio de los civilizados. Y mientras célebres sectas experimentaban singulares formas de comunismo, algunos buscaban en la soledad el éxodo necesario. Se llamaban a sí mismos los monachoï, los solitarios, los únicos. Se acomodaban en el desierto, solos, a decenas de kilómetros de Alejandría; y pronto fueron tantos, esos solitarios, esos desertores, que tuvieron que inventarse reglas para una vida colectiva. Y la influencia que tuvo sobre ellos el ascetismo cristiano, los empujó a constituir los primeros monasterios.
Pero para el brujo, el más allá se encuentra aquí mismo
Y se puede afirmar que de los primeros monasterios nació, en poco tiempo, una civilización todavía más detestable que aquella que la había precedido, pero en cualquier caso nació de allí. Digo esto para defender e ilustrar el valor estratégico de la retirada ofensiva. Es propio del arte de la guerra que en ciertos momentos valga más producir lugares y amistades que armas y escudos. Quien se exilia, exilia; el extranjero que parte se lleva consigo la ciudad habitable.
No puede ser más que el fin de un mundo, avanzando
Los padres desaparecieron en primer lugar. Se fueron a la fábrica, a la oficina. Luego fueron las madres las que, a su vez, partieron a la fábrica, a la oficina. Y cada vez no eran los padres o las madres los que desaparecían, sino un orden simbólico, un mundo. El mundo de los padres desapareció en primer lugar, luego lo hizo el de las madres, el orden simbólico de la madre, que hasta entonces nada había logrado socavar. Y esta pérdida es tan incalculable y el duelo por ello tan enorme, que nadie consiente hacerlo. El Imperio resume el deseo de que un neo-matriarcado tome mecánicamente el relevo del difunto patriarcado. Y no hay revuelta más absoluta que aquella que desafía esa indulgente dominación, ese poder cordial, esa empresa maternal.
Los niños perdidos son los huérfanos de todos los órdenes conocidos. Bienaventurados los huérfanos, el caos del mundo les pertenece. Lloras por lo que has perdido. Lo hemos perdido todo, en efecto. Pero mira a nuestro alrededor, hemos ganado hermanos, hemos ganado hermanas, tantos hermanos y tantas hermanas. Ahora, sólo esta nostalgia nos separa, y eso es algo inédito.
Caminas, estás perdido; no encuentras en ningún lugar la medida de tu valor; caminas, y no sabes quién eres y no tienes valor, como el primer hombre.
Vas por los caminos.
Pero si no estuvieses tan perdido, no llevarías en ti esta fatalidad de encuentros.
Huyamos, ya es la hora; pero te lo ruego, huyamos juntos. Fíjate en nuestros gestos, la gracia que nace en el interior de nuestros gestos; fíjate en nuestros cuerpos, cómo se intercambian con fluidez, cuánto tiempo hacía que no se abatía sobre el mundo tanta gratuidad.
Mira este abandono, cuan bueno es que nada pueda alcanzarnos.
Pero tú lo sabes, todavía hay muros contra ese comunismo. Hay muros en nosotros, entre nosotros, que amenazan sin cesar.
No hemos dejado este mundo.
Aún hay envidia, estupidez, el deseo de ser alguien, de ser reconocido, la necesidad de valer algo y, peor aún, la necesidad de autoridad. Son las ruinas que el viejo mundo ha dejado en nosotros y que no hemos abandonado. A la luz de ciertos proyectores, a veces nuestra caída nos produce la sensación de una decadencia.
¿Adónde vamos?
Están las Cátaras, que detestan a los maridos mucho más que a los amantes. Están los Gnósticos, que encuentran más encanto en la orgía que en el apareamiento solitario. Está ese obispo de la Italia del siglo quince que sostiene hasta la excomulgación que una mujer que niega su cuerpo a un hombre que se lo pide por caridad, comete un pecado. Están los Begardos y las Beguinas, que viven en casas colectivas y que, en la extrema desocupación, pasan a hacerse visitas. Están los Espirituales, que aseguran que para los perfectos no existe el pecado; se llaman hermanos y hermanas y para ellos San Valentín no celebra la pareja, sino el día en que la dama puede ir con quien le plazca.
Y ahora están las metrópolis, apropiarse de lo inapropiable, fingir que ignoramos nuestra perdición, jugar a ser hombre, mujer, marido, amante, jugar a la pareja, ocuparse. Acomodarse al más penoso de los infantilismos como la cosa más seria del mundo. Olvidar, en un exceso de sentimientos, el cinismo al que nos condena la vida en las metrópolis, y hablar de amor, todavía y siempre, después de tantas rupturas.
¡¡¡ATTAC al estercolero!!!
Aquellos que dicen que otro mundo es posible y no acreditan otra educación sentimental que la de las novelas y los telefilmes, merecen que se les escupa a la cara. No conozco estado más abyecto que el estado amoroso. Entre amar y estar enamorado hay toda la diferencia entre un destino que se asume y una condición que se padece. Queremos extraer del amor toda posesión, toda identificación, para ser por fin capaces de amar. La cuestión es saber si el comunismo es la propiedad colectiva o la ausencia de propiedad, para después saber qué es la ausencia de propiedad. El modo como nosotros practicamos el comunismo es el libre uso, es la puesta en común.
Decidir el libre uso de cierta cantidad de cosas que se poseen. Lo que hacemos, mediante el compartir absoluto entre los seres, es darle a la forma exterior de la propiedad un contenido que la sabotea. Lo importante ahí no es el objeto compartido, sino el modo contingente en que se comparte, que siempre está por construir.
La orgía prueba solamente esto: que la sexualidad no es nada, nada más que un cierto punto en la distancia entre los cuerpos.
LA ATENCIÓN como contenido terrestre de la idea de amor.
Si tuviese que definir el viejo mundo, diría que el viejo mundo es una cierta manera de ligar los afectos a los gestos, los afectos a las palabras, es una cierta educación sentimental que, realmente, ya no queremos más. Si tuviese que definir la orgía, diría que se da cada vez que uno u otro perturba el vínculo existente entre los afectos y los gestos, entre los afectos y las palabras, y que otros le siguen.
No hay “transición hacia el comunismo”, la transición
es la categoría del comunismo, del comunismo EN TANTO QUE
EXPERIMENTACION.
Intentamos extraer del amor toda posesión, toda identificación, para ser por fin capaces de amar.
En toda situación hay una cierta distancia que se da entre los cuerpos. Esa distancia no es una distancia espacial, es una distancia ética, es la diferencia entre las formas de vida. La noción de amor, la intimidad, todo eso ha sido inventado para que algo así ya no pueda asumirse, para que ya no se pueda jugar con ella, para impedir a los cuerpos danzar y elaborar un arte de las distancias. Porque toda distancia es una proximidad, y toda proximidad es todavía una distancia.
Una cierta idea de juego, unida a la certeza de construir el Partido, nos mantiene a igual distancia de la pareja y del sórdido liberalismo.
Ya ves, el Partido son cuerpos, lugares, cuerpos que circulan. Acuérdate, es en el fondo de la separación donde hemos encontrado el comunismo. No podríamos compartir nada que no quisiésemos compartir. Si quieres, me gustaría mucho construir el Partido contigo, en fin, si estás libre…
________________________________________________________________________
* Transcripción de un cortometraje anónimo de 18’. Color, 2001.
(1) Las frases en cursiva que están intercaladas en el guión, corresponden a leyendas que aparecen como carteles o sobreimpresas en algunas imágenes en el transcurso de la película. (N. del T.)
(2) “Jeune Fille”, en francés en el original. Para la definición de Jovencita citamos algunas descripciones extraídas del libro: Tiqqun, Premiers matériaux pour une theórie de la Jeune Fille, Mille et une nuit, París, 1999. (N. del T.)
“La jovencita es un agente de animación en la gestión dictatorial de los placeres”
“La jovencita es toda la realidad de los códigos abstractos del espectáculo”
“La jovencita es una mentira de la que el rostro es el apogeo”
“La jovencita muchas veces padece de vértigo, cuando el mundo deja de girar
a su alrededor”
“Como el dinero, la jovencita es equivalente sólo a ella misma”
“La jovencita no envejece, se descompone”
Nota del usurpador: fragmento kobe, fino para fumarse sabroso y darse una encharcada conceptual de lo que el sistema de Spinoza puede ofrecer, por supuesto, pasado a través de los ojos de la máquina de guerra Deleuze and Guattari. Básicamente, principios fundamentales para establecer el mapa de un cómo.
Fuente: fragmento extraído de Mil Mesetas, capítulo 10. Devenir Intenso, Devenir Animal, Devenir Imperceptible… p, 335 en edición PRE-TEXTOS. Fuck APA.
Recuerdos de un spinozista, II. — En Spinoza hay otro aspecto. A cada relación de movimiento y de reposo, de velocidad y de lentitud, que agrupa una infinidad de partes, corresponde un grado de potencia. A las relaciones que componen un individuo, que lo descomponen o lo modifican, corresponden intensidades que lo afectan, aumentan o disminuyen su potencia de acción, que proceden de las partes exteriores o de sus propias partes. Los afectos son devenires. Spinoza pregunta: ¿qué puede un cuerpo? Se llamará latitud de un cuerpo a los afectos de los que es capaz según tal grado de potencia, o más bien según los límites de ese grado. La latitud está compuesta de partes intensivas bajo una capacidad, de la misma manera que la longitud está compuesta de partes extensivas bajo una relación. Del mismo modo que se evitaba definir un cuerpo por sus órganos y sus funciones, también hay que evitar definirlo por caracteres Especie o Género: se intenta contar sus afectos. A ese estudio se llama ―etología‖, y en ese sentido Spinoza escribe una verdadera Ética. Hay más diferencias entre un caballo de carrera y un caballo de labranza que entre un caballo de labranza un buey. Cuando Von Uexküll define los mundos animales busca los afectos activos y pasivos de los que es capaz el animal, en un agenciamiento individuado del que forma parte. Por ejemplo la Garrapata, atraída por la luz, se iza hasta la punta de una rama; sensible al olor de un mamífero, se deja caer sobre él cuando éste pasa bajo la rama; por último, se hunde bajo la piel, en la zona menos peluda posible. Tres afectos nada más, el resto del tiempo la garrapata duerme, a veces durante años, indiferente a todo lo que sucede en el inmenso bosque. Su grado de potencia está perfectamente comprendido entre dos límites, el límite óptimo de su festín tras el cual muere, el límite pésimo de su espera durante la cual ayuna. Se dirá que los tres afectos de la garrapata suponen ya caracteres específicos y genéricos, órganos y funciones, patas y trompas. Eso es cierto desde el punto de vista de la fisiología, pero no desde el punto de vista de la Etica, en la que los caracteres orgánicos derivan, por el contrario, de la longitud y de sus relaciones, de la latitud y de sus grados. Nada sabemos de un cuerpo mientras no sepamos lo que puede, es decir, cuáles son sus afectos, cómo pueden o no componerse con otros afectos, con los afectos de otro cuerpo, ya sea para destruirlo o ser destruido por él, ya sea para intercambiar con él acciones y pasiones, ya sea para componer con él un cuerpo más potente. Una vez más se recurrirá a los niños. Se señalará cómo hablan de los animales, y al hacerlo se emocionan. Hacen una lista de afectos. El caballo del pequeño Hans no es representativo, sino afectivo. No es el miembro de una especie, sino un elemento o un individuo en un agenciamiento maquínico: caballo de tiro-ómnibus-calle. Se define por una lista de afectos, activos y pasivos, en función de ese agenciamiento individuado del que forma parte: tener los ojos tapados por orejeras, tener un freno y bridas, ser noble, tener un gran hace-pipí, tirar de pesadas cargas, ser fustigado, caer, armar ruido con sus patas, morder…, etc. Estos afectos circulan y se transforman en el seno del agenciamiento: lo que ―puede‖ un caballo. Tienen claramente un límite óptimo o máximo de la potencia-caballo, pero también un umbral pésimo: ¡un caballo cae en la calle!, y no puede levantarse a causa de la carga demasiado pesada y de los fustazos demasiado fuertes; ¡un caballo va a morir! —espectáculo ordinario en otra época (Nietzsche, Dostoievsky, Nijinsky lloran por ello). En ese caso, ¿qué es el devenir-caballo del pequeño Hans? También Hans está atrapado en un agenciamiento, la cama de su mamá, el elemento paterno, la casa, el café de enfrente, el almacén vecino, la calle, el derecho a la calle, la conquista de ese derecho, la nobleza, pero también los riesgos de esa conquista, la caída, la vergüenza… No son fantasmas o ensoñaciones subjetivas: no se trata de imitar al caballo, de ―hacer‖ el caballo, de identificarse con él, ni siquiera de tener hacia él sentimientos de piedad o de simpatía. Tampoco se trata de un asunto de analogía objetiva entre los agenciamientos. Se trata de saber si el pequeño Hans puede dar a sus propios elementos relaciones de movimiento y de reposo, afectos, que le hace devenir-caballo, independientemente de las formas y de los sujetos. ¿Existe un agenciamiento todavía desconocido que no sería ni el de Hans ni el del caballo, sino el del devenir-caballo de Hans, y en el que el caballo, por ejemplo, enseñaría los dientes, sin perjuicio de que Hans enseñe otra cosa, sus pies, sus piernas, su hace-pipí, cualquier cosa? Y, ¿en qué medida el problema de Hans avanzaría, en qué medida se abriría una salida anteriormente obstruida? Cuando Hofmannsthal contempla la agonía de un ratón, es en él donde el animal ―muestra los dientes al destino monstruoso‖. Y no es un sentimiento de piedad, precisa Hofmannsthal, y menos aún una identificación, es una composición de velocidades y de afectos entre individuos completamente diferentes, simbiosis, que hace que el ratón devenga un pensamiento en el hombre, un pensamiento febril, al mismo tiempo que el hombre deviene ratón, ratón que rechina los dientes y agoniza. El ratón y el hombre no son en modo alguna la misma cosa, pero el Ser se dice de los dos en uno sólo y mismo sentido en una lengua que ya no es la de las palabras, en una materia que ya no es la de las formas, en una afectibilidad que ya no es la de los sujetos. Participación contra natura, pero precisamente el plan de composición, el plan de Naturaleza, está a favor de tales participaciones, que no cesan de hacer y de deshacer sus agenciamientos empleando para ello todos los artificios. No es ni una analogía, ni una imaginación, sino una composición de velocidades y de afectos en ese plan de consistencia: un plan, un programa o más bien un diagrama, un problema, una pregunta-máquina. En un texto realmente extraño, Vladimir Slepiam plantea el ―problema‖: tengo hambre, siempre tengo hambre, un hombre no debe tener hambre, debo, pues, devenir perro, pero ¿cómo? No se tratará ni de imitar al perro ni de una analogía de relaciones. Tengo que conseguir dar a las partes de mi cuerpo relaciones de velocidad y de lentitud que lo hagan devenir perro, en un agenciamiento original que no procede por semejanza o por analogía. Pues no puedo devenir perro sin que el perro no devenga a su vez otra cosa. Para resolver el problema, a Slepiam se le ocurre utilizar unos zapatos, el artificio de los zapatos. Si mis manos son unos zapatos, sus elementos entrarán en una nueva relación de la que derivan el afecto o el devenir buscados. Pero, ¿cómo podría anudar el zapato de mi segunda mano si tengo la primera ocupada? Con mi boca, que su vez está investida en el agenciamiento, y que deviene hocico de perro en la medida en que el hocico de perro sirve ahora para atar mi zapato. En cada etapa del problema, no hay que comparar órganos, sino poner elementos o materiales en una relación que arranca al órgano de su especificidad para hacerlo devenir ―con‖ el otro. Pero el devenir, que ya afecta a los pies, las manos, la boca, va a fracasar a pesar de todo. Fracasa en la cola. Habría que haber investido la cola, forzarla a liberar elementos comunes al órgano sexual y al apéndice caudal, para que el primero sea incluido en el devenir-perro del hombre, al mismo tiempo que el segundo, en un devenir del perro, en otro devenir que formaría parte del agenciamiento. El plan fracasa, Slepiam no lo consigue en ese punto. La cola sigue siendo, en ambas partes, órgano del hombre y apéndice del perro, que no componen sus relaciones en el nuevo agenciamiento. Ahí es donde surge la deriva psicoanalítica, y donde reaparecen todos los clichés sobre la cola, la madre, el recuerdo de infancia en el que la madre enhebraba unas agujas, todas las figuras concretas y las analogías simbólicas (22). Así lo quiere Slepiam, en ese hermoso texto. Pues hay una manera en la que el fracaso del plan forma parte del propio plan: el plan es infinito, podéis comenzarlo de mil maneras, siempre encontraréis algo que llega demasiado tarde o demasiado pronto, y que os obliga a recomponer todas vuestras relaciones de velocidad y de lentitud, todos vuestros afectos, a modificar el conjunto del agenciamiento. Empresa infinita. Pero también el plan tiene otra manera de fracasar; en este caso, porque otro plan reaparece con fuerza e interrumpe el devenir animal, replegando al animal sobre el animal y al hombre sobre el hombre, reconociendo únicamente semejanzas entre elementos y analogías entre relaciones. Slepiam afronta los dos riesgos. Nosotros queremos decir algo muy simple sobre el psicoanálisis: el psicoanálisis ha encontrado con frecuencia, y desde el principio, el problema de los devenires-animales del hombre. En el niño, que no cesa de atravesar tales devenires. En el fetichismo y sobre todo en el masoquismo, que no cesan de afrontar este problema. Y lo menos que se puede decir es que los psicoanalistas no han entendido nada, ni siquiera Jung, o no han querido entender. Han masacrado el devenir-animal, en el hombre y en el niño. No han visto nada. En el animal, ven un representante de las pulsiones o una representación de los padres. No ven la realidad de un devenir-animal, no ven cómo es el afecto en sí mismo, la pulsión en persona, no representa nada. No hay más pulsiones que los propios agenciamientos. En dos textos clásicos, Freud sólo ve al padre en el devenir-caballo de Hans, y Ferenczi en el devenir-gallo de Arpad. Las orejeras del caballo son el binóculo del padre, lo negro alrededor de la boca, su bigote, las coces son el ―hacer el amor‖ de los padres. Ni una palabra sobre la relación de Hans con la calle, sobre cómo le han prohibido la calle, lo que supone para el niño el espectáculo ―un caballo es noble, un caballo cegado tira, un caballo cae, un caballo es fustigado…‖ El psicoanálisis no tiene el sentido de las participaciones contra natura, ni de los agenciamientos que un niño puede montar para resolver un problema cuyas salidas le han sido cerradas: un plan, no un fantasma. De igual modo, no se dirían tantas tonterías sobre el dolor, la humillación y la angustia en el masoquismo, si se viese que son los devenires-animales los que lo rigen, y no a la inversa. Para conseguir la más elevada Naturaleza siempre se necesitan aparatos, herramientas, artefactos, siempre se necesitan artificios y obligaciones. Pues hay que anular los órganos, en cierto sentido encerrarlos, para que sus elementos liberados puedan entrar en nuevas relaciones de las que derivan el devenir-animal y la circulación de afectos en el seno del agenciamiento maquínico. Así, ya lo hemos visto en otra parte, la máscara, la brida, el freno, la funda de pene en el Equus eróticus: el agenciamiento del devenir-caballo es de tal naturaleza que, paradójicamente, el hombre va a domar sus propias fuerzas ―instintivas‖, mientras que el animal le transmite fuerzas “adquiridas”. Inversión, participación contra natura. Y las botas de la femme-maîtresse tienen por función anular la pierna como órgano humano, y poner los elementos de la pierna en una relación adecuada al conjunto del agenciamiento: ―de esta manera ya no serán las piernas femeninas las que me harán efecto…‖(23). Ahora bien, para interrumpir un devenir-animal, basta precisamente con extraer de él un segmento, con abstraer de él un momento, con no tener en cuenta las velocidades y las lentitudes internas, con detener la circulación de los afectos. Entonces ya sólo hay semejanzas imaginarias entre términos, o analogías simbólicas entre relaciones. Tal segmento remitirá al padre, tal relación de movimiento y de reposo remitirá a la escena primitiva, etc. Aun así hay que reconocer que el psicoanálisis no es suficiente para provocar esa interrupción. Tan sólo desarrolla un riesgo incluido en el devenir. El riesgo de estar siempre ―haciendo‖ el animal, el animal doméstico edípico, Miller haciendo guau guau y reclamando un hueso, Fitzgerald lamiéndoos la mano, Slepiam volviendo a su madre, o el viejo haciendo el caballo o el perro en una postal erótica de 1900 (y ―”hacer” el animal salvaje no sería mejor). Los devenires animales no cesan de atravesar esos peligros.
DERROTA, mi derrota, mi soledad y mi aislamiento.
Eres para mí más querida que un millar de triunfos, y más dulce a mi corazón que toda la gloria del mundo.
DERROTA, mi derrota, mi conocimiento de mi mismo; y mí Desafío;
por ti sé que aún soy joven y de pies ligeros,
y desdeñoso de los laureles que se marchitan.
Y en ti encontré la soledad
y la alegría de ser ignorado y despreciado.
DERROTA, mi derrota, mi espada brillante y mi escudo;
en tus ojos he leído que ser entronizado es ser esclavizado,
y ser comprendido es ser rebajado,
y ser entendido significa alcanzar la plenitud,
y como un fruto maduro, caer y ser devorado.
DERROTA, mi derrota, mi audaz compañera,
tú escucharás mis cantos, mis gritos y silencios,
y nadie sino tú me hablará de batir de alas,
y de la agitación de los mares,
y de las montañas que arden en la noche,
y sólo tú escalarás las rocas y peñascos de mi alma.
DERROTA, mi derrota, valor que nunca muere;
tú y yo reiremos juntos en la tempestad,
y juntos cavaremos las tumbas para todo lo que muere en nosotros
y permaneceremos de pie al sol con una voluntad indomable.
Y seremos peligrosos.
Reducido al modo de una salsa largamente cocinada, el pensamiento de Epicuro se resume a veces, y probablemente a menudo, en estas cuatro tesis:
1) no hay nada que temer de los dioses;
2) ni de la muerte;
3) se puede soportar el dolor; y
4) lograr la felicidad.
De suerte que, después de esta síntesis extrema, se puede volver al análisis que permite abordar el pensamiento de Epicuro -y personalmente me decanto por este otro orden- como construido alrededor de una física ética
1), un ateísmo tranquilo
2), una algodicea pagana
3) y un ascetismo hedonista
4) ¿Objetivo declarado? Vivir como un dios entre los hombres…
Fuente: Anagrama Editorial, Páginas 183-184, Contrahistoria de la filosofía I: Las sabidurías de la antigüedad.
<< jois e Jovens n’es trichaire
e Malvestatz eis d’aqui.>>
Marcabrú
Una cucaracha recorre el jardín húmedo
de mi chambre y circula por entre las botellas vacías:
la miro a los ojos y veo tus dos ojos
azules, madre mía.
Y canta, cantas por las noches parecida a la locura,
velas
con tu maldición para que no me caiga dormido, para que no me olvide
y esté despierto para siempre frente a tus dos ojos,
madre mía
Leopoldo María Panero, este poema forma parte de Narciso en el acorde último de las flautas. Btw, encontrado also en Poesía Completa.
A Mercedes, por el hilo que la une al secreto
Porque hiciste mi gesto eterno supe
que eras la muerte: porque ella sólo podía
amarme si no había
hombres para mí, vivos:
sólo ella
podía amarme; y supe también que tú eras
la Muerte, y que me amabas.
El rostro de la Humanidad era
para mí el de nadie: como para ella,
como para ti: eres negra y no quieres
nada de lo que vive y no sabe
hasta morir que te desea.
Y vi, a través de ti, cómo surgían
y surgen cabezas de la tierra helada:
cabezas, yelmos, corazas, espadas
es el fruto que cosecha la tierra en este año
que tanto recuerda al último, al siguiente,
y me amaste porque ya lo veía, porque
veía crecer ya en el huerto o el fruto
monstruoso que incorporaba en sí
todo dolor e injusticia y desastre
y me dijiste: <<he aquí mi primer hijo
yo que nada sabía del ridículo
acto de nacer!>>. Y agregaste:
<<Éste reirá de todo,
y lo encenegará todo con
el veneno de su risa mortal:
cuando no haya nadie
que recuerde cómo se reía, éste reirá.>>
Y te reíste de mí, como mi madre
al ver que yo había nacido de ella.
Tan inmenso
era el frío en las ciudades
que algunos sabían que no era locura
ni es, creer que caerán –sobre mí
o seré yo el que caiga al morir sobre tu cuerpo.
Pero en el frío crecían
seguían creciendo –la peor de las alfombras
de césped– los huesos y la carne de soldados
que crecían sobre la tierra helada. Y me dijiste:
<<ellos no tendrán miedo, porque están
muertos, lo mismo que tú me amas,
a mí que soy negra
como la vida, e hice una piedra de tu gesto>>.
Y los muertos brotaban sobre la tierra helada
–cabezas, yelmos, corazas y espadas
porque la Muerte se había hecho vida.
Y pregunté
–te pregunté entonces–: <<Será mi alma
buen alimento para perros?>> y contestaste: <<no esperes
que ella sirva para otra cosa: fue creada
y pensada lo mismo que tu cuerpo y huesos para
nutrición de los perros finales –lo mismo
que tu palabra>>. <<Y ¿nada he de esperar?>> <<Nada.>>.
y vi cómo espadas y corazas y yelmos
crecían sobre el campo más yermo
Y me olvidé.
Leopoldo María Panero, este poema forma parte de Narciso en el acorde último de las flautas. Btw, encontrado also en Poesía Completa.