Creo en cosas que no se pueden decir, por eso escribo. En estos días, todo es muy irónico y nos encanta procrastinar, está de moda. Cuando me despierto, últimamente, soy el único rostro vivo alrededor de mí, y sin embargo, estamos rodeados de rostros todo el tiempo –la selección no es gratuita– cubiertas de libros o videos de internet en mi caso. Y los memes, casi olvido los memes. También hay rostros ahí.
Se podría decir que los rostros que componen el mundo, todos, están sujetos a fluir activamente con la retroactividad hechizante de los dispositivos como ventanas. El celular y sus aplicaciones, la laptop y dónde escribimos, alexa y lo que le pedimos que haga. Adoro que el algoritmo adivina la canción que necesito estando en mi rush. Rostros rodeados de ventanas retroactivas, hechizantes, cada vez más personalizadamente excluyentes. Mido 1.93, pero el hecho de que no sea rico me hace medir 1.60 para ciertos estándares sociales. De los cuales opino deliberadamente que no respeto su opinion mientras me den la vibra de que no han practicado sexo anal sin fines de humillación. No cuento en la estatura adecuada para ser boxeador, uno siempre queda excluido de algo.
La vida es muy triste sólo cuando no nos damos cuenta de que la estamos dejando pasar a través del sillón de un café que pretende que su decoración interior, el sabor de sus ingredientes y el estilo de sus clientes sea el mismo en el centro histórico de París y en el zócalo de la Cdmx. ¿Nos pensarán los que observan desde la franquicia más olvidada?
Hoy siento simpatía por las garrapatas, que pueden esperar años en el mismo lugar, a la expectativa de que algún ser con sangre cálida se cruce en su camino a un brinco de distancia. Las garrapatas de hoy en día tendrían que ser millonarias para pagar las cuentas de starbucks.